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Capítulo 5: En Conclusión

La ley es la revelación del carácter y la mente de Jesucristo como fue dada Moisés. Todo lo que Jesús dice para hacer es una orden y una ley, que sea encontrado en las Escrituras o por escuchar la voz del Espíritu.

Porque todos han pecado, y por nuestra existente debilidad heredada de Adán, no es posible para cualquier hombre ser justificado por ser perfecto. Simplemente expresado, ningún hombre es perfecto—y aunque por algún casualidad un hombre llegase a ser per­fecto más tarde en su vida, esto no justificaría sus pecados de su pasado. Por lo tanto, la obediencia de uno a la ley no puede ser usada para justificar a ningún hombre. Aprender obediencia es el proceso de santificación, no justificación.

El proceso de santificación, creciendo en Cristo y en el conocimiento de Su palabra, tiene mucho que ver con el aprender la voluntad de Dios para la vida de cada persona. La voluntad básica de Dios para todo hombre es obediencia a la ley (Romanos 2:18). Pero sin la activa dirección del Espíritu en la vida de uno, uno no pudiera es­perar aplicar la ley correctamente y con la actitud y espíritu correcto. Esto es el porque cada hombre tiene que proceder de la experiencia de Pascua de justificación a la experiencia pentecostal de santificación. En Pentecostés uno aprende a escuchar la voz de Dios y a ser guiado por el Espíritu. Simplemente aprendiendo la ley sin el beneficio de Pentecostés solo puede crear fariseos, quienes piensan que ellos son respetuosos de la ley, pero en vez de eso abundan en las tradiciones del hombre.

Jesús vino como nuestro Redentor, para que así estemos redimidos de la escla­vitud causada por el pecado. En pagar la deuda que la ley demanda por el pecado, Él sostuvo la ley, dando testimonio de su justa norma. Nosotros los que hemos sido puestos libres de la ley, somos ahora libres para ser obedientes a nuestro Redentor, como la ley dice en Levítico 25:53. Ahora que hemos sido puestos libres del amo del pecado (iniquidad), hemos sido puestos libres para ser siervos de Jesucristo, nuestro Redentor. Romanos 6:18,22 dice,

18 y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. 22 Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vues­tro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.

No fuimos salvados para ser inicuos (rebeldes); fuimos salvados para llegar a ser siervos de la justicia y siervos de Dios a través de Jesucristo. Esos quienes entienden esto ya no van a continuar en pecado, viendo la ley como un artefacto religioso de una era pasada. Ellos van a ver la ley como una revelación de Dios, llena de vida y poseyendo un significado profético que aún tiene para ser entendido completamente.